Pyrocephalus rubinus | IIES

Pyrocephalus rubinus

Pyrocephalus rubinus


Petirrojo
Flecha solemne
Solitario testigo
Ave de fuego

Recuerdo aquellas veces en las que sentada tomándome un buen café, veía a lo lejos un pequeño punto rojo ir y venir. Se movía siempre colocándose en la punta del mismo árbol, que al parecer le permitía observar todo el mundo, o todo su mundo por lo menos. Este punto rojo se llama Pyrocephalus rubinus, y desde su torre de marfil, alegró ayer, y sigue alegrando hoy mis momentos de café.

El mosquero cardenal o petirrojo, como muchos lo conocen, es un ave que se reconoce de inmediato por su llamativo color escarlata, un color tan intenso que es raro observarlo en otras aves de la ciudad. De hecho, el significado de su nombre científico, Pyrocephalus rubinus, quiere decir “cabeza de fuego roja”. Sin embargo, es el macho quien se lleva los méritos, ya que este precioso tono de rojo, sólo lo tiene él. Sí, el pájaro con la cabeza, pecho y panza de fuego, y el característico antifaz, las alas y la cola casi negra, es el macho. La hembra, aunque más sencilla, es igual de hermosa. En lugar del profundo color rojo del macho, posee un discreto color durazno amarillento que se diluye al llegar al cuello, convirtiéndose en blanco. Posee tonos cafés y grises que la cubren desde su cola hasta su pico, jugando con la intensidad de matices en la espalda y las alas. También puede llegar a tener un antifaz, que en lugar de ser obscuro es más bien blanco, aunque en muchas ocasiones ni siquiera se llega a distinguir. El pico de ambos sexos es negro, ancho y plano, mientras que su cola es larga con los extremos más largos que el centro.

Si alguna vez lo has visto entre matorrales, parques o jardines, habrás notado que demanda atención casi a gritos, no sólo por su color, si no también por su canto. Por ser tan llamativo, el petirrojo tiene que ser muy hábil para escapar de sus depredadores, por lo que no permite que nada ni nadie se le acerque. En cuanto percibe algún movimiento se aleja de inmediato. Este solitario y paciente cazador abandona su percha cuando vislumbra algún insecto u artrópodo merodeando por el aire o caminando sobre el suelo. Atrapa a sus presas ágilmente con un característico movimiento de boomerang en el que va de su percha de observación hasta su presa para luego regresar, sin alejarse más de diez metros de ella. Tanto para poder escapar de sus depredadores, como para encontrar alimento, esta ave ha escogido vivir en áreas abiertas. De este modo puede ver tanto a sus enemigos como a su alimento con facilidad.

Gracias a los insectos y artrópodos que come, el petirrojo posee su deslumbrante tono rojizo. Justamente, el rojo de sus plumas se debe a un pigmento que adquiere en su alimento. Así, los machos con colores más intensos son también los mejores alimentados y por lo tanto los más sanos. Esto no sólo les sirve para verse bien y estar fuertes, sino para conseguir pareja durante la época de reproducción. Las hembras prefieren a los machos más coloridos porque significa que éstos saben en donde encontrar la mejor comida que servirá para alimentarla a ella y a sus polluelos. Pero el cortejo no se basa únicamente en el color. El macho realiza un singular vuelo a unos 30 metros sobre el suelo en donde le canta a su amada mientras asciende y desciende de manera constante, pareciendo como si fuera una pelota carmesí rebotando en el cielo.

Aunque rara vez se les ve juntos después del cortejo, la hembra y el macho trabajan en equipo. Para construir el nido, el macho busca y escoge un sitio, y se lo muestra a la hembra posándose sobre él, realizando movimientos que imitan la construcción de un nido. La hembra evalúa el lugar y es ella quien decide. Si le gusta, inicia la construcción del nido ella misma, si no, el macho tendrá que continuar la búsqueda de sitios hasta dar con el lugar ideal, y luego convencerla. Ya elegido el sitio, ella construye la mayor parte del nido, mientras que él defiende la zona y la observa. Su nido es pequeño y aplastado. De color gris y difícil de ver. Les gusta hacerlo sobre ramas horizontales cerca de horquetas. Lo construyen con ramas, pastos, líquenes y musgo. Por dentro ponen una capa suave de plumón y pelos, donde la hembra depositará de dos a tres huevos moteados. La hembra incuba los huevos por casi dos semanas, en las que el macho la visita frecuentemente llevándole alimento, de modo que ella no tiene que preocuparse por nada.

A pesar de ser un ave que podemos encontrar con relativa facilidad en las ciudades, el petirrojo requiere de amplias áreas verdes abiertas en donde pueda perchar, cazar y abastecerse de agua. Estos lugares son cada vez más raros en las zonas urbanas de nuestro país, en donde se destruyen los sitios abiertos para construir casas o un edificio apretujado sin áreas verdes. Por lo tanto, es común ver a esta especie sobre todo en las afueras de la ciudad, distanciándose cada vez más de nosotros.

Al tomar mi último trago de café, levanto la mirada y sigue ahí, mi compañero de cada taza, el petirrojo de siempre. Suspiro y me pregunto por cuánto tiempo seguirá estando ahí, por cuánto tiempo podremos compartir nuestra vida con el petirrojo y con otras tantas especies si seguimos destruyendo sus hábitats, si no nos decidimos a cambiar nuestro estilo de vida. Me pongo de pie y me dirijo hacia él. El petirrojo sigue de espaldas, quizá esta vez logre acercarme más que nunca, quizá alcance a verlo claramente. Sigo despacio, de pronto piso una rama y me quedo inmóvil. El ave voltea y me ve fijamente, me estudia. Cuando por fin decido moverme, el ave se va sin más, vuelve a su torre de marfil alejado del mundo, lejos de cualquier intruso, presumido e intenso.

Por Paulina Cerna Fraga
Extracto de su Tesis titulada “Aves Urbanas

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